- Otro metálo –exclamó Umath– ¿Cómo es que ha llegado hasta aquí? ¿Orgul los envió?Afirmó el agente de Alkha’Du, luego dio un explosivo salto hacia adelante y embistió a Merik con su hombro, ambos contendientes se estrellaron con una de las ventanas del lugar y cayeron por esta.
- ¿Qué le hizo a Jeenpor? –preguntó Zirad exaltado mientras Ka’Tal entraba en la habitación.
- Está encerrado –explicó el príncipe– obligado a responder una pregunta que no puede resolver.
- Usted es Umath… de la mentira.
- Sí. ¿Y usted es…?
- Quien lo detendrá.
- “Quien lo detendrá” –citó riéndose– ¿Cómo, si ni siquiera pueden dañar este cuerpo?
- Veremos.
La sabana de Ta’al vibraba con el fragor de la batalla, cadáveres de metálos y humanos se agolpaban en los suelos y pintaban la amarilla arena de un seco rojo oscuro, un triste testamento a las vidas cegadas buscando un objetivo que realmente no comprendían. Desde el balcón principal en el edificio del concejo de Ulath’Migo, los viejos metálos que dirigen la ciudad contemplan el campo de batalla a través de unos dorados catalejos; les parece que la cuña metála ha logrado abrirse paso entre las líneas humanas y las está dividiendo, su grupo de atacantes rápidos ha logrado repeler la caballería enemiga y procura flanquear las fuerzas invasoras, si bien su línea de ballesteros ya no es tal, parece que están logrando hacer retroceder a sus rivales. Es claro, los soldados de Almat y Aleb no contaban con la fiereza con la que podrían luchar los metálos. Quizás pueden ganar la batalla.
Zirad y Umath estaban de pie sobre el tejado de una de las dos alas principales del palacio real de Almat, detrás del metálo se erguía la torre desde la cual habían caído; Ka’Tal los miró abalanzare el uno contra el otro desde la rota ventana y luego se retiró de esta adentrándose en la habitación. El príncipe fue rápido en el ataque, le lanzó cuatro potentes ganchos a su rival pero este logró esquivarlos todos; el metálo entonces golpeó velozmente el cuerpo del noble y le propinó un golpe ascendente en el rostro, luego un par de patadas en los costados y un fuerte zapatazo en el pecho; el delfín cayó sobre su espalda y rodó sobre esta para incorporase rápidamente, empezaron a cruzar puñetazos y patadas veloces, el agente desviaba la mayoría de los golpes y conseguía asestar cada vez más, lentamente arrinconaba a Merik contra una cornisa.
De repente, al recibir un golpe con el dorso de la mano en el cuello, el delfín consiguió agarrar con ambas manos el brazo de su contrincante, Zirad empezó a impactarle el rostro con fiereza y procuró soltarse pero entonces, de la máscara, emergió un grave y potente sonido, similar a aquel que emite una ballena pero carente de matices vivientes, como si resonara a través de un metálico y enorme cuerno al otro lado de una delgada muralla; todas las venas del cuerpo de Merik se tornaron negras y las fibras musculares se acentuaron como si careciera de piel, le arrancó el brazo al metálo con un fugaz jalón. Zirad retrocedió y esquivó los golpes que el príncipe intentó propinarle, dejando que impactara en el suelo; de improviso una sección del techo cedió y el agente se desplomó con él, cayendo dentro del edificio. Merik intentó saltar hacia adentro pero se derrumbó inesperadamente y arrodillado vomitó una negra y densa materia, su cuerpo volvió a la normalidad.
Umath contempló a través del agujero la pila de escombros que enterró a su contrincante, empezó a incorporase cuando oyó que llamaron al príncipe, miró hacia el frente y vio a Ekia, quien corría hacia él con los brazos a los costados, empuñando sus espadas cortas y dejando que su capa se abriera completamente.
- ¡A morir flor de loto! –gritó el príncipe y se puso de pie, quieto y con los brazos abiertos– ¡No puede dañarme!La guerrera avanzó sobre el noble a gran velocidad, se detuvo a tan solo un par de pasos de él y se acurrucó de golpe, Ezzar, quien corría oculto detrás de ella, saltó apoyándose en su espalda y le lanzó un corte descendente con la espada del guardián a Merik, quien consiguió dar un paso hacia atrás pero no pudo evitar interponer su brazo izquierdo al ataque, el filo de la hoja se lo desprendió un poco más debajo del codo; el Niker-Glados entonces lanzó otro tajo, esta vez hacia arriba, consiguió cortarle el lado derecho del rostro, desde la mejilla hasta la frente, destrozándole el ojo. El príncipe entonces lo empujó como pudo y se dio a la fuga, saltando hacia el tejado de un edificio contiguo.
Ekia y Ezzar siguieron al noble y lo vieron saltar por la cornisa del otro edificio, se detuvieron por un corto instante y contemplaron la situación, había bajado hacia la plaza principal de Almat, allí se erguían las tiendas donde los hombres de Aleb se habían quedado la noche anterior, pensaron entonces que no habrían muchos gracias a la batalla así que, ayudados por una cuerda de la loto, bajaron también. Vieron a Merik entrar en la tienda principal, gritando por ayuda, una docena de hombres se interpusieron entre la entrada y los dos perseguidores, justo en frente de ellos Ekia se adelantó un poco más y les dio la espalda agachándose, Ezzar se apoyó en sus manos entrelazadas y se impulsó por encima de los soldados.
Mientras la flor de loto enfrentaba a los hombres de Aleb, Ezzar entró en la tienda del príncipe, lo vio escarbando entre algunas armaduras hasta desenterrar un cofre mediano que rápidamente abrió con una pequeña llave metálica, una aterrada expresión de confusión se le imprimió en el rostro cuando lo vio vacío.
- ¡El escudo! ¡El casco! –gritó desesperado.Entonces, desde la columna principal descendió Ka’Tal, portando los objetos hurtados al guardián en Krashik, por un momento se dio una corta pausa en la que Umath alcanzó a decir:
- ¡Si me matan condenan a la ciudad! ¡Mi poder será liberado y los maldecirá a todos!Ambos guerreros se abalanzaron contra el noble, este produjo aquel sonido antinatural otra vez con el mismo efecto, logró esquivar el primer corte del Niker-Glados pero el impacto que Ka’Tal le propino logró desbalancearlo, obligándolo a retroceder y apoyarse con la espalda en la columna principal de la tienda, Ezzar atacó de nuevo pero Merik se lanzó hacia atrás con fuerza y derribó el pilar, al tiempo que logró rozarle con un golpe el brazo a su atacante, rompiéndoselo, forzándolo a soltar la hoja y enviándolo por los aires. La tienda se desplomó.
- Su poder no está completo –aclaró Ezzar.
El consejo de Ulath’Migo contenía unas crecientes ganas de felicitarse, si bien el polvo de la arena no dejaba contemplar el campo a plenitud era claro que sus fuerzas estaban cada vez más cerca de la victoria, solo era cuestión de tiempo. Debajo de sus telas, gratas sonrisas aliviadas se dibujaron, pero esta satisfacción resultó efímera, de entre la nube amarillenta pudieron ver como todos los metálos retrocedían en desbandada, un seco y estruendoso rugido llenó sus corazones de angustia, finalmente la arena dejo ver un poco de lo que sucedía, vieron dos seres tan grandes que un metálo apenas les habría llegado a la pantorrilla, humanoides, de gran espalda, dedos gruesos y cabeza cuadrada, uno tenía rojos y brillantes ojos, que destacaban en el color negro de su rocosa piel, surcada por hendiduras de roca fundida; el otro emitía una enlutada luz anaranjada, opacada por sus dos radiantes ojos amarillos. Darmak del magma y Unlem del brillo habían llegado.
Ekia, armada ahora con la espada, y Ka’Tal lograron encontrar a Merik, estaba de espaldas, tirado en el suelo, ayudada por el escudo la Niker-Meideen le dio la vuelta, la máscara había desaparecido y en su lugar solo quedaba un agujero con su silueta, dejando ver la carne expuesta del noble.
- No está –exclamó afanada Ka’TalEn ese momento emergió un soldado de entre las telas de la tienda, consiguió golpear a Ekia en el pecho antes de que ella reaccionara, la lanzó contra Ka’Tal quien recibió el impacto directamente en su cuerpo, ambas cayeron maltrechas al suelo; todas la venas del soldado eran negras y sus músculos marcados, tenía la máscara en el pecho. Dio un paso hacia adelante y se derrumbó, vomitó un poco la negra masa antes que los ojos le estallaran y la máscara lo abandonara, escabulléndose entre las paños. La guerrera de Loto se paró lentamente y notó que le costaba respirar, miró su pecho y vió que su peto estaba roto, igual que algunas de sus costillas; por su parte la Meideen sentía que algún musculo se le había desgarrado en su pierna derecha, apenas consentía apoyar el pie. Ambas sintieron alivio cuando notaron que Ezzar, acurrucado sobre sí mismo, las llamó.
- ¡La espada! –pidió– ¡vi donde está! ¡pásame la espada y lo mataré!Los tres contendientes solo lo miraron.
- De pie, Ezzar –ordenó Zirad, quien acaba de llegar; le faltaba el brazo, su ropa estaba muy dañada y su pecho desgarrado, dejando ver la luz de su fortuna.
- ¡No hay tiempo Zirad! ¡La espada Ekia!
- Dijo que de pie –comentó la loto.
- Übrimejibü –dijo el Niker-Glados incorporándose y dejando ver que tenía la máscara incrustada en el pecho– hoy han sido solo sorpresas.
- Hijo de perra –exclamó el metálo– ¡Salga ahora mismo de ese cuerpo!
- Oh! Zirad –expresó sonriente Umath– ¡Qué pequeños son los tronos! ¿Quién diría que usted, el metálo de Alkha’Du, con su terrible tragedia privada, se encontraría aquí con un amigo de la infancia? ¡Tantas cosas han pasado! ¡Él solo quería verlo cuando supo que usted estaba inmiscuido! ¡Contarle lo que descubrió de sí mismo! ¡Que era un übrimrimoa!
- Lo mataré –gruño el agente.
- Es refrescante, debería sentirse orgulloso del potencial que su amigo tiene, con este intelecto superior ahora puedo entender por qué decidió enfrentarme fuera da la habitación: quería que los soldados me vieran. Muy inteligente Zirad, pero inútil.
- Ya lo vieron… habrá divisiones entre las filas, temor… perdió.
- Sí, tiene razón, perdí mi ejército… oh pero he ganado mucho más, esta mente es simplemente prodigiosa, con lo que sabe y lo que puede pensar ya he reformulado mi plan, no requiero más de un ejército.
- Pero si de una vida –agregó Ka’Tal.
- Cierto. Pero ustedes no podrán quitármela, los tres están muy heridos y yo tengo mi brazo roto, ambos sabemos que de arriesgar un ataque más ustedes quizás podrían matarme pero yo también. ¿Qué tal si ayudado con esta mente uso lo que sé de cómo Zirad y Ka’Tal luchan para acabarlo rápidamente? ¿Qué tal si las costillas rotas de Ekia la hacen lo suficientemente lenta como para fallar al defenderse? ¿Se arriesgarán a perder aquí y no tener otro día para luchar más… y mejor?
- Eso pensé –afirmó Ezzar.Emprendió la huida entonces.
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