jueves, 1 de agosto de 2013

Übrim: El Guardián (6)

Relato por Mr. D, (Facebook,Patreon)

Vio como el trono de Ha apareció en el horizonte. Hacía mucho tiempo que no veía el amanecer, no recordaba que alguna vez le hubiera encontrado tan preocupado, con tanto peso sobre sus hombros, tan atemorizado por lo que podría pasar al final del día. Alguien podría afirmar que esa sensación era normal pues todos en la ciudad se sentían igual, hacía casi mil años que no eran amenazados por algún ejército extranjero; pero su caso era diferente, ni el general, ni el rey, ni él podían darse el lujo de temer: el guardián de Krashik era un faro de esperanza.
Se incorporó lentamente y contempló la sagrada armadura de Ta’al, la armadura del guardián, fuente de sus poderes. Alguna vez había sido de su padre, de su abuelo, hasta el mismísimo Ta’al, el primer guardián, su antepasado, la había portado. Siempre le había resultado hermosa, un gran regalo del destino que lo llenó de estatus y lo mantuvo querido por todos en la ciudad; hoy, sin embargo, la detestaba, ¿Cuántos guardianes pasaron su vida sin tener que usarla en combate? ¿Cuántos guardianes jamás tuvieron que desenfundar la espada-látigo? ¡Su padre jamás tuvo que luchar cuando fue el guardián!

Pensó en su padre y se comparó a él, el viejo tenía la piel blanca y el cabello cano, ya la edad había vencido la tensión de sus músculos y estos se tornaron flácidos; él era diferente, musculado y moreno, de cabello negro, largo hasta el cuello y ondulado, de gran espalda. Sabía de todos modos que no podía culpar a su padre, él también tendría que estar sintiendo miedo. Ya no era el guardián pues cuando llegó a cierta edad le entregó la armadura a su hijo; pero por haberlo sido el rey Cuuren lo eligió para dirigir, con el título de general, el improvisado ejército que Krashik tuvo que ensamblar cuando se enteró que aquel misterioso “ejército fantasma” se dirigía hacia ellos.

El ejército fantasma -piensa mientras se pone el dorado casco que deja su boca descubierta y resalta las facciones de su nariz y cejas- ¿de dónde salió semejante fuerza? -levanta el peto de placas de oro que le cubre todo el tronco y se cuelga de sus hombros, cargando en la espalda un bello escudo redondeado- ¿Será verdad que cruzaron el arco de Egú? -se coloca los abultados guanteletes y grebas bruñidas en sus brazos y piernas- ¿Por qué atacarnos? -finalmente viste el refulgente faldón de placas, que en su lado izquierdo porta una empuñadura del mismo color, carente de hoja- ¿el übrim?

Camina hacia la otra ventana de su habitación y por allí mira hacia abajo, ve una enorme fosa circular, rodeada por una gran muralla de color ámbar de la que la torre en donde vive también hace parte; es la cárcava de Darmak, donde hace más de mil años Tal’al logró encerrar al übrim del magma, Egú’Darmak, razón por la que Krashik fue fundada; primero construyeron la muralla con la torre del guardián, el campamento de aquellos que lo acompañaban se convirtió en un pueblo, luego creció hasta ser la circular ciudad de Krashik, nombre del primer rey de la ciudad, quien casi doscientos años después de la muerte de Tal’al, construyó la muralla externa, concebida más para encerrar al übrim que para protegerse de extraños; hoy intentaría la segunda función.

Golpearon a su puerta y enfocó su oído, escuchó un lejano barullo cerca del único portón de la muralla, sabía para que lo buscaban: el ejército fantasma había llegado.

Su padre, el viejo Doncar, y el rey, se encontraban ataviados con unas plateadas armaduras que replicaban en lo posible el diseño de la suya, estas tenían sin embargo más protección, pues a diferencia de la del guardián cada parte no hacia prácticamente invulnerable la extremidad que protegía. Caminaban afuera de la ciudad; justo detrás de ellos se encontraba la puerta de la muralla, apenas abierta para esperar su regreso, adelante, el líder de la fuerza invasora y sus tres protectores, más allá, organizado en escuadras anchas y a alargadas, formaba el ejército fantasma.
- Soy Cuuren, el rey de Krashik –anunció el rey cuando ambas partes se encontraron- ¿Por qué a traído este ejercito a las puertas de mi ciudad?
- Soy Merik, príncipe de Aleb, reino al otro lado del arco de Egú, en el trono de Dat; quiero control sobre su ciudad, todos los que viven allí deberán marcharse.
- Claramente no haremos tal cosa -afirmó incrédulo el rey- sé que está dispuesto a combatir por la ciudad, pero debe saber que si bien sus fuerzas son grandes, nosotros tenemos al gran guardián de Krashik, tan fuerte y rápido como un übrim.
- Sí –dijo Merik, clavándole la mirada al guardían- Char’Leek, el guardián… también quiero que me entregue su armadura.
- Merik –concluyó el rey- retire sus ejércitos o perecerá.
- Perecer –asintió Merik sonriendo- es su más grande temor, rey, no el mío.
Con un rápido movimiento Igano atacó con su enorme hacha al padre de Char’Leek, este se protegió con su escudo pero el filo del arma lo atravesó, destrozándole el brazo y enterrándose en la mitad de su pecho; a la vez Faroe descolgó su cadena y con un vertiginoso latigazo destrozó de un hachazo el rostro del rey; Matú saltó con su hachuelas al cuello del guardián, pero este antepuso su escudo, deteniendo en seco el golpe, cruzaron miradas y el dorado guerrero abanicó su brazo, provocando una onda que lanzó a los tres protectores por los aires. Merik, sin embargo, aún empujado por la ráfaga, apenas dio unos pasos hacia atrás; se abalanzó entonces sobre el brillante protector.

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