martes, 4 de agosto de 2015

Final Regresivo: 60’ (2)

Texto por Mr. D, (Facebook,Patreon)

Tercia era un poblado mediano, no había mucho de las cosas que trajimos con nuestra “civilización” en aquel lugar, pero eso me gustaba en general, ¿Civilización? ¿Dónde está lo civilizado de nuestro pueblo al dejar a los pobres macanos a su suerte? ¿Al usarlos casi como esclavos en nuestras minas y plantaciones? Los macanos me recibieron con gusto, ávidos de mis historias y conocimiento ¿Cuándo era un noble macano recibido así en nuestras tierras? Me sentí horrible cuando noté lo injusto de su cortesía, lo puro de sus intenciones ¿Quién era yo? ¡Había pertenecido al Aldebarán Dorado! ¡No merecía su hospitalidad! Esa idea me carcomió.


¡Espera! Lo que sea que me quieras decir sobre el Aldebarán puede esperar, el tiempo se agota.

Mis primeros días en la colonia ya lo sentí, aunque por aquello del tiempo de adaptación a mi nuevo estilo de vida, no lo pensé demasiado. No fue sino hasta que pasaron un par de semanas que de verdad me di cuenta, estaba bebiendo algo de calú ¿Lo conoces? ¿No? Es un amargo licor macano, nunca me ha gustado para serte sincero… bueno como sea, bebía calú en silencio, esperando que la bebida me tomara para dormir un poco, cuando un grupo de locales me llamó, eran unos seis macanos que venían de pescar todo el día, me senté con ellos.

La conversación empezó como muchas que había tenido desde que llegué, contando un poco que se sentía venir del “mundo civilizado” o lo que había vivido allí, lo usual. Pero luego de un rato comenzamos a dialogar sobre otros temas, contándonos nuestras rutinas y algo de nuestras vidas, unos tragos más y mis nuevos amigos empezaron a relatar algo que me llegó al corazón, todos, de alguna u otra manera, habían perdido alguien importante en el gran incendio de Tamuca ¿Pero sabes que era lo que más me dolía? ¡Creían que los habíamos ayudado! ¡Creían que el Aldebarán había hecho todo lo que podía! ¿Cómo era eso justo? Los abandonamos, los dejamos morir ¡Y nos agradecían! Me fui de ahí, llorando.

Desde ese día en más no pude volver a dormir sin estar totalmente embriagado. Los recuerdos de mi vieja tropa abandonando a los macanos no dejaban de atormentarme ¿Con qué clase de monstruos había servido? ¿Con qué clase de desalmados mentirosos me había unido? ¿Qué otras falsedades les habíamos hecho creer? No podía dejar de pensar lo triste que era tenerlos así, tampoco lograba dejar de sentirme responsable por lo que había hecho.

¿Qué había hecho? Dirás. Claro, yo me quede a ayudar tanto como pude, pero eso no había sido suficiente, miles, literalmente miles de macanos murieron ese día, yo salvé a apenas un puñado ¿Cuánto bien podía haber hecho desde antes? ¡Miles y solo salvé a cinco!

Entiendo que quieras comentar mi amigo, sé que después ayudé, pero déjame terminar, aquí hay otra cosa que aprendí.

Mi problema con la bebida se agravó, llegué incluso a atacar algunos macanos en medio de mi ebriedad, lo que solo aumentó mi depresión. Pensé que moriría enfermo y triste, y eso de hecho casi sucede una ocasión, tomé demasiado una noche, resbalé y caí en una gran zanja, partiéndome una pierna y varias costillas. Me desperté con una enorme resaca, en un puesto de salud en el que nunca había estado, mi mayor sorpresa no fueron las heridas que tenía, sino el doctor que me había salvado la vida: se llamaba Pitoros, era un hombre viejo, que también venía de territorio imperial.

Pitoros había hecho parte de la fundación del Aldebarán Dorado, igual que mi abuelo, así que con eso tuvimos un buen inicio de conversación, era alguien muy interesante, hijo de un explorador colono que creció para convertirse en miembro fundador de la fuerza “élite” del imperio, tenía en su haber grandes hazañas iniciales de la tropa, rescates, ejercicios, exploraciones trepidantes y… y combates. Hoy en día ya es bien sabido que no todos los pueblos macanos aceptaron las fuerzas coloniales cuando llegaron, ya es de todos conocido que donde se asienta Varusha, el corazón del imperio, solía estar una gran nación macana; Pitoros participó en su exterminio.

No me lo contó ahí mismo, claro. Pasamos varias tardes juntos, hasta que, como solo la ironía del destino puede crear tales situaciones, me contó la historia ebrio con calú. Primero pensé que terminaríamos en una noche llorosa, como es común en las noches de veteranos, pero luego me dijo algo que no esperaba: era feliz.

¿Feliz? –le pregunté- ¿Cómo puedes ser feliz con ese peso en tus hombros?

Nunca olvidaré lo que me dijo, lo sé de memoria: Ese fui yo entonces, pero este soy yo ahora. Los errores de nuestro pasado estarán siempre allí, está bien sentir el peso de lo hecho y sufrir sus desventuras, pero hacemos más por nosotros si cambiamos quienes fuimos y actuamos en consecuencia, es el primer paso para redimirnos.

Lo había entendido finalmente, el soldado obediente del Aldebarán Dorado que fui murió el día que me quedé en Tamuca, en ese momento nació mi nuevo yo, no había estado llorando mis errores, si no la muerte de ese hombre. De ahora en más tenía que seguir con quien era ahora, debía continuar ayudando a los macanos, así solo pudiera hacerlo un poco nada más.

¡Ah pero mi amigo! ¡Aún estaba lejos de quien soy!…Vientos de guerra empezaban a soplar, pero yo nos los sentí, pues a mi vida llegó entonces la suave brisa del amor.

Recuerda: El presente trabajo no se encuentra publicado en medio impreso alguno; puedes apoyar a su autor compartiendo esta dirección. De ti depende que estas historias continúen. Gracias. Aquí puedes encontrar más de Mr. D

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