Las sombras en el bello rostro de Niker empiezan a notarse bailar gracias al fuego que se intensifica y el día que termina. Frente a ella, sentados en un círculo de piedras y maderos al lado de un par de tiendas de campaña, están Ekia, Ka’Tal, Zirad y un paralizado Jeenpor, envuelto en telas de Krashik; junto a la übrim se sientan un hombre de cabello largo, liso y negro, vestido con un camisón grisáceo acompañado de unos pantalones de cuero azulado y una mujer morena, de cabello negro, medianamente rizado, caderas ligeramente anchas y piernas voluptuosas, vestida con un ceñido manto negro sobre su pecho, lo suficientemente largo como para llegar a cubrirle las rodillas y tornear sus piernas, se cubre del frío con un colorido paño que resalta el rojo de sus labios. El hombre habló:
- Lamentando la impertinente tardanza me presento para aquellos que de conocerme no tienen el gusto, mi madre me ha llamado Trillion, tantos años hace ya, mientras que mi otra madre -señaló mientras apuntaba con un grácil ademán a Niker- me trajo la bendición de otro nombre: übrimrimoa, soy el übrimrimoa del arte. -dijo sonriente, mirando a su audiencia- han de saber que me he tardado gracias a que su majestad…
- Trillion –cortó la übrim de la carne.
- Cierto, cierto -afirmó aparentando enérgico nerviosismo- el tiempo apremia, esta nada delicada pero si muy bella flor debe partir –comentó mirando a Ekia-, empecemos entonces, corto y sucinto, con la historia de los hijos de Xiotán.
- En el principio de las eras y las eras consiguientes, los señores de los tronos nacieron y crecieron emanando de las formas naturales que nos es lícito contemplar, aún desde la lejanía –dijo señalando el aún poniente trono de Ha- pero no todos los übrim fueron bendecidos con la gloria de regir alguna de estas tierras, pues en lo profundo de la negra bóveda un übrimreoeui vivió, al parecer aún en muerte: Xiotán, el übrim del dolor.En la taberna más al oeste del pueblo de Nigor la bulliciosa actividad ha estallado como cualquier otra noche, hombres y mujeres cantan, beben y juegan, ignorantes de todo cuanto no les atañe directamente, sin prestar el más mínimo reparo a aquella mujer de cabello rojo, abundante y rizado, vestida y armada como una flor de loto, pero con negros colores, adornada solo de naranja en la flor de su peto. Bebe algo de leche fresca y espera con inexpresiva impaciencia la llegada de una de sus hermanas; pone el vaso en la mesa lentamente cuando esta finalmente entra al lugar y se sienta frente a ella.
- Übrimreoeui quiere decir alto übrim –dijo la otra mujer, con ademán de prosaica coquetería- los padres de los demás, amos de los tronos, Dat, Kre y Ha son übrimreoeui.
- Gracias –dijo Trillion sonriendo sarcásticamente- ¿La conocen? ¿No? Déjenme presentar a la dama de candentes curvas, señora de las carnes trémulas, Kileem, übrimrimoa del deseo.
- Un placer.
- Pero Xiotán dormía, se dice que ciego y sordo, enclaustrado en la negra bóveda, y así soñó dolor hasta que humanos y metálos abrieron las puertas de los tronos a sus aterradores vástagos –explicó mientras su mirada dibujó un pensativo arco hacia el horizonte - la ciudad fue Kirin’Sahu, hoy designada "la primera", pues fue la ciudad metála previa a todas las demás; vecina de la abrasada ciudad humana de Doalmath y el difunto pueblo de hombres, Til, quienes solo son dignos de nombrarse por repercutir en esta historia. Allí reinó, en su tiempo más refulgente, el rey metálo Ukhan Magnánimo, quien al perecer de avanzada edad fue enterrado como a ningún rey se había o se ha despedido jamás, la más fastuosa ceremonia, llena de costosos agasajos y soberbios homenajes, y soberbia fue lo que soberbia atrajo, Ukhan fue enterrado con una dorada armadura, portadora de una bruñida mascara que replicaba su cara; adorno que sería el rostro de la esencia del primer hijo de Xiotán en esta tierra, quien descendió de las impenetrables sombras y vivió así: Ukhan, übrim de la soberbia.
- Un übrim… übrim… -comentó Kileem pensativa- ¡Übrimlbneb! Bajo übrim, como Darmak.
- O yo –complementó Niker.
- ¡Jamás la llamaré así! ¡Bajo aquel que creó tales nombres!... Continúo si se me lo permite… -aseguró Trillion mirando con cierto desdén a quien le interrumpió- Ukhan llegó a este mundo con cierto conocimiento innato, al igual que los übrim señores de los tronos, nació conociendo su idioma y este que escuchan, el idioma de los übrimejibü, pero poseía otra información más: sabía cómo transformarse en uno de nosotros, parecer metálo, humano o madero, mover, jugando a ser mortal, los hilos de los señores de Kirin’Sahu y sus desgraciadas vecinas. Así convenció a Umath, el concejero humano del rey Irork I de Doalmath, para que intentara asesinar a su señor, pero la noche del anhelado magnicidio el mismo Ukhan se aseguró de salvar al regente, Umath fue colgado en un muro del palacio real, aun portando la negra máscara que creyó digno llevar para perpetrar el crimen, copia de aquel viejo y famoso adorno mortuorio de Ukhan Magnánimo, ese fue después el rostro que vieron clavado en nuestro amigo Ezzar, el de Umath, übrim de la mentira.
- ¿Esa era su cara entonces? –preguntó Zirad.
- Así es –respondió Kileem.
- ¿No tiene cuerpo?
- En aquellos negros días solía tener –comentó Trillion- él y todos sus hermanos, pero los eventos que estoy aquí narrando explicarán cómo su rostro, y su poder con él, fue dividido de su cuerpo.
- Historia que temo tendremos que continuar después –explicó Ekia poniéndose de pie- ya debo irme.
- Ten cuidado –recomendó Zirad- ¿Segura que no prefieres que te acompañe?
- No confío en Caitena y ella tampoco en mí, es mejor que no se alerte.
- Flor de Loto Ekia.Ekia de dio la vuelta y salió del establecimiento, sin mirar atrás se impulsó en una columna lateral de la casa de madera y ascendió al tejado, corrió grácilmente por él y saltó a un par de techos más antes de bajar por un callejón, recorrió algunas calles en zigzag y luego brincó a unos matorrales, donde se acurrucó y observó, después de un rato se movió suavemente entre la hierba y trepó rápidamente hacia la copa de un árbol, rebotó de copa en copa por un rato hasta llegar a un riachuelo, allí descendió y anduvo sobre unas rocas que permitían cruzarlo, se detuvo en la última y se aseguró de desencajarla, dejando que el rio la arrastrara; luego trotó entre otros matorrales y hierbas, subió y bajo de varios árboles, evitó charcos de lodo y rodeó otros cuerpos de agua, finalmente se detuvo cerca de un amplio claro, iluminado por una tenue fogata. Tomó las dos espadas cortas de su cintura y corrió hacia el fuego gritando:
- Jardín de Loto Caitena.
- La he estado esperando.
- Creí haber llegado a tiempo.
- No me refiero a eso, la he estado esperando desde que desapareció en Talas y ese arco fue construido… ¿Dónde estaba? ¿Qué pasó con Jeenpor?
- No…
- No se moleste en mentir –ordenó Caitena sin inmutarse- sabemos que ahora lo está protegiendo, que ahora es cómplice de Zirad y él… abandonó la misión Ekia, grave error.
- Caitena –comentó Ekia gravando su expresión- no estoy aquí para darle cuentas, mi misión fue encargada por Campo de Loto Maleen y solo a ella responderé… hice caso a la voz que puso a correr solo porque quería confrontarla.
- ¿Confrontarme? Que descaro.
- Jamás nos hemos llevado bien, Caitena, ¿luego usted me recomienda para una misión de rastreo a un metálo? Me pregunté por qué no nombraría a Eraika o Carole, sus mejores protegidas, si no a mí, a quien detesta.
- La creí una misión suicida y su muerte no se me antojó preocupante.
- Quizás, sí, pero también recordé que usted vivió unos años en el puesto diplomático en Alkha’Du, cuando aún era flor.
- ¿Qué tiene que ver esto con su traición?
- ¿Quién era su jefe diplomático en Alkha’Du? ¿A que metálo respondía?
- Esta conversación no es sobre mí, si no…
- Yo le diré a quién respondía: Orgul.
- Sí, trabajé con Orgul, ¿Qué tiene que ver con esto?
- Usted lo sabe Caitena –dijo Ekia incorporándose lentamente- ahora tengo asuntos más importantes lejos de Suralnia, pero pronto regresaré a dejar todo claro, quería verla para que sepa que su tiempo se agota, me gusta la idea de que tenga que vivir con eso.
- ¡Zirad! ¡Me siguieron!Comentó Caitena emergiendo de las sombras, acompañada de siete flores de loto.
- ¿Cuántas? -Preguntó el metálo incorporándose de un salto.
- Suficientes para no enfrentarlas sola.
- Trillion, Kileem, ¡detrás de mí! – ordeno Niker.
- ¿Cuánta son “suficientes”? – inquirió Ka’Tal, preparando su cerbatana.
- Más que suficientes, diría yo.
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