sábado, 28 de junio de 2014

El Predicador: Evangelio de la Amabilidad (1)

Relato por Mr. D, (Facebook,Patreon)

I

Amor, la fuerza espiritual que aparentemente impulsa la humanidad, una prostituida palabra usada como excusa para vender y comprar objetos, un mediocre eufemismo para el sexo y una ladina excusa para soportar sufrimientos auto impuestos. Hay quienes dicen que tal cosa no existe, dado que su definición más común, la romántica, no estuvo presente a lo largo de la historia de la humanidad sino hasta hace algunos siglos nada más; estas personas aseguran que no es más que una emoción vacía, una justificación para diversos actos dañinos para nosotros y otros. Muchos de ellos no lo saben, pero realmente están sobrecogidos por un conflicto frívolo, que podría resolverse enriqueciendo su léxico o usándolo apropiadamente: quienes dicen amar a quienes desean, no sienten amor, solo atracción; quienes dicen amar a quienes simplemente les son cercanos, realmente sienten apego, cariño; quienes se dejan maltratar o aceptan alguna forma de dolor innecesario por lo que llaman amor, simplemente sienten dependencia, sumisión.


II

Pero no me malentiendan, realmente creo que sí existe el amor, con su verdadero significado, alejado de impulsos carnales, sociales o parasitarios. El amor es aquel sentimiento que podemos construir unificando diversas acciones plagadas de amabilidad, una fuerza que, depositada en una persona, grupo, idea o entidad, nos impulsa a construir una compleja maraña de acciones complementarias con un único objetivo: su bienestar. Quien ama, quien realmente ama, ejerce una tutoría constante sobre sus acciones y reflexiona sobre las acciones del otro, sabe qué lo dañará o construirá y utiliza ese conocimiento para procurar que aquello que ama crezca, se fortalezca y, sobre todo, sea feliz; no es someterse sin embargo a la voluntad de algo más, sacrificando la propia felicidad arrodillándose y sufriendo, amar es algo tan complejo que una mente, rota por la triste subordinación, simplemente no puede hacer. Quien ama es feliz al hacer feliz, pero sin anteponer un velo de negación que cubra su dolor.

III

De todas formas, si estoy de acuerdo con algo que es aseverado sobre el amor: es antinatural. Configurar y alimentar ese sentimiento requiere que constituyamos una enorme y enmarañada serie de estructuras mentales alrededor del objeto de nuestro amor, al igual que con el odio, el amor requiere justificaciones y análisis para nacer y, sobre todo, prosperar; pero a diferencia de este otro sentimiento, es más difícil alimentarlo de su emoción básica: el apego. Para odiar se debe requerir al rencor y sentir rencor por alguien o algo es sencillo, simplemente debemos puntualizar algún componente de su constitutivo que nos desagrade y, a partir de este, estructurar; sentir apego es más complejo, ya que un solo aspecto positivo no es suficiente, se debe acumular varios hasta poder fundarlo. El amor se alimenta de este apego, que a su vez debe ser alimentado de aspectos positivos, los cuales, al pasar el tiempo y perder novedad, tienden a tornarse usuales, por lo que deben ser revestidos de análisis y comparación para mantener su filo, una ideologización que emana más de la razón que de la emoción: un amor real, duradero, es un constructo cerebral que, si se considera como sentimiento, es antinatural.

IV

Pero no concuerdo con las ideas que desechan, por su carácter antinatural, al amor. Hay quienes aseguran que un retorno a lo natural, a lo animal, nos llevará por un camino adecuado como humanidad; nada más errado. Un retorno a lo natural nos alejaría del amor, nos llevaría por la senda de la barbarie, de los actos por la fuerza, el poder de la carne, la subyugación y el dolor; un mundo bajo el imperio de las emociones, básicas y ferales, en contraste a los sentimientos, elevados y mentales, un mundo de furia y crueldad, alejado del amor y el bien que le hace a la humanidad. Mientras más amamos como especie, más alejados estamos de la selección natural, son aquellos que no aman los que evitan nuestro avance, nuestra evolución; aquellos a quienes debemos llegar con este mensaje, este evangelio de amabilidad.

V

Y digo evangelio de amabilidad, no de amor, porque sería iluso esperar que aquellos que no saben amar aprendan a hacerlo sin más, es más sencillo que entiendan un mensaje de amabilidad, actos más simples, sí, pero constitutivos del amor. Es un mensaje que ya ha sido entregado a los hombres muchas veces, pero estos siempre han encontrado la forma de pervertirlo, plagándolo de dogmas, miedos y la búsqueda de poder. Jesús, el último dios en este mundo, entregó este mensaje pero no fue oído, sus enseñanzas amables fueron tintadas con mitos y prejuicios, usadas como excusa para la muerte y la guerra, la injusticia y la corrupción. Hoy, gran parte de la humanidad conoce esas ideas y dice amar al hombre, pero se llena de miedos más relacionados a leyendas, a antiguas preocupaciones y estúpidos anacronismos, teniendo el descaro de llamar a eso entender su mensaje. Idiotas, no entienden el mensaje, entienden el velo místico puesto sobre este.

VI

Hay otros que desdeñan el mensaje por quien lo dijo, un anciano Hindú como Gandhi es desdeñado o ignorado por solo ser un hombre, pero lo que importa es su mensaje, es lo único que dejó para el resto de la humanidad. Lo mismo pasa ahora conmigo, traigo el mensaje del evangelio de la amabilidad para que la sociedad pueda escucharlo y cambiar, al igual que el anciano y otros, solo espero poder traer paz y futuro; pero, a diferencia de todos, lo traeré de otra forma: repasaré el mensaje de amabilidad, latente en los corazones de los hombres desde nuestra aparición sobre esta tierra, pero no lo haré a través de la enseñanza nada más; el género humano ya ha tenido miles de oportunidades de escucharlo y aplicarlo, llegó el momento de exigirlo, de llevar a los hombres, que se comportan como niños que no aprenden la lección, a iluminarse a través del único medio disponible: castigo.

VII

Llevo el rostro de Alejandro, el último dios antes de Jesús, porque representa un mundo más antiguo, más violento, un mundo sin el mensaje del judío; yo soy el ejecutor de ese mundo, un fantasma del pasado que quiere quemar el presente, arrancar esa antigua era de nuestra hirviente modernidad; traer el futuro que se nos propuso hace poco más de dos mil años y cientos de veces más después. Soy un castigador, más que un maestro que viene a enseñar, soy un ejecutor que viene a disciplinar. Llego a reclamar amabilidad, para construir amor, extinguiendo todo cuanto se le oponga y esperando irme yo también, y lo que representaré como hombre, junto todo el antiguo odio de este mundo.

VIII

El mensaje es claro: no provoquen dolor cuando este no sea necesario, no alimenten rencores injustificados, no maltraten a quienes los quieren por su propia satisfacción, no destruyan por diversión, no dañen a quienes no lo merezcan. Ni el dinero, ni la fuerza, el atractivo, el estatus o el conocimiento los hacen superiores a otros, son sus acciones bondadosas, lo que idean y crean y que tanto bien hacen, lo que les da mayor importancia como personas. Ayuden cuando así puedan hacerlo, escuchen cuando sea menester, callen cuando solo haga el mal lo que puedan decir, instruyan en el valor de la libertad, compartir y soñar, dejen que todos, cuando sea posible sin herir, los vivan, y vívanlos ustedes también. No odien cuando alguien luche por alcanzar su potencial, ayuden y celebren con ellos cada victoria; así ellos no lo hagan con ustedes. Construyan un camino de amabilidad a lo largo de sus vidas, sean consecuentes con sus actos y, al educar o ayudar, no hagan lo que saben que no es menester hacer. Si viven así quizás algún día puedan amar a su prójimo como a sí mismos.

IX

Este es mi mensaje, el evangelio de la amabilidad, lo exigiré con todo mí ser y castigaré a la humanidad hasta que lo escuche. Es hora de cambiar, de traer el futuro que nosotros mismos nos hemos negado, de llevar a la humanidad tan lejos como debe haber llegado, de fundar un mundo donde el amor se aleje de toda frivolidad, donde el odio sea tan mal visto como hoy lo es el perdón, donde el entendimiento sea tan obvio como la envidia, la verdad tan normal que sea política y el cariño tan universal que no produzca temor por el mañana. Un mundo que no necesite de mí, un mundo sin el predicador.

X

No hay piedad para quienes merecen el castigo.

Recuerda: El presente trabajo no se encuentra publicado en medio impreso alguno; puedes apoyar a su autor compartiendo esta dirección. De ti depende que estas historias continúen. Gracias. Aquí puedes encontrar más de Mr. D

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