El seco retumbar de las desnudas plantas de sus pies resonaba por toda la estancia, sus entrecortados jadeos lo acompañaban luego para finalmente dar paso a su tortuosa figura; estaba semidesnudo, con el pecho descubierto y un holgado pantalón de lino que, cortado y ensangrentado, era lo único que le brindaba alguna suerte de protección. Cojeaba con rápidos saltos, moviendo su pesada y magullada figura tan rápido como podía. Ya había sido más de media hora de aquello, sus fuerzas ya lo estaban abandonando. Se detuvo por un momento en una esquina del palacio y observó por la ventana, demasiado alta; miró entonces su espada, tintada del rojo de su propia sangre, la levantó y empuñó con fuerza, plagado con la certeza de la victoria. Su determinación lo abandonó cuando pudo discernir los pasos de su atacante y ver su musculada figura. Bajó su filo y gritó:
- ¡Pierde el tiempo! ¡Mis hombres estarán aquí muy pronto!Por un momento pensó en embestirlo, en cortar su cabeza y enviarla en un plato a Krashik, donde príncipe de Aleb se había retirado; ese fugaz pensamiento se deshizo cuando vio que Igano estaba a un par de metros, volvió a correr.
- Sus hombres no llegarán Rey Oglaph, estamos solos.
- ¡Mentira!
- ¿Si mintiera no cree que ya lo habría atrapado?
- …¡Morirá!... ¡Traidor!... ¡Merik pagará por esto!
- No estoy aquí por Merik.
- ¡Retiró sus fuerzas!... ¡Lo dejó aquí para matarme!
- Ya no sirvo a Merik.
- ¿A quién sirve entonces Igano? ¿A usted mismo?
- Sirvo a Umath, übrim de la mentira.
En la ciudad de Krashik, más exactamente en los calabozos de su palacio real, Faroe languidecía sediento, sucio y cansado, mirando con atormentado desdén la pequeña ventanilla que iluminaba con tenue luz su pequeña celda. Un cómodo catre y un plato de comida fría devorado por un par de coquetas ratas eran la única decoración de la que disponía. El ruido de las calle se colaba en su habitación y lo desesperaba, no lograba acostumbrarse al ritmo de la de nuevo poblada ciudad. La voz de Merik llamó su atención.
- Faroe, aquí estoy.Dijo el príncipe de Aleb, al otro lado de los barrotes. Quien otrora fuera su guardián se tomó un momento para observarlo, su condición había mejorado notablemente desde la última vez que se vieron, hace poco menos de dos semanas; su amputación en el brazo izquierdo aún necesitaba vendas pero estás ya se veían secas, mientras que el corte sobre su rostro y ojo se había cerrado casi en su totalidad. Ya no se veía ojeroso y pálido, más bien parecía estar cerca de todo su vigor.
- Aquí estoy Faroe –repitió el príncipe- ¿Para qué me llamaste?Desfallecimiento, ahogo, dolor punzante en el brazo izquierdo, ardor incendiario en el pecho, vista nublada, cienes retumbantes, sangre acumulándose en un charco a su alrededor; Oglaph supo que moría. Enfocó la vista por un instante y vio los pies de Igano en frente suyo.
- Mi príncipe… mi señor…
- Faroe no…
- ¡Escúcheme! –Clamó nerviosamente- Estuve pensando… creo… creo que sé qué es lo que piensa hacer el Übrim que lo controlaba
- Te lo agradezco Faroe, pero…
- ¡Espere! -interrumpió- ¡Escúcheme! Estuve pensando y lo sé… estoy seguro…
- Está bien. –dijo Merik resignado.
- Um… ume…
- Umath.
- Sí, Umath, él rescató a Darmak… el del magma y… con él… al otro hijo de Egú… el del brillo.
- Unlem.
- Sí, sí. Luego liberaron de esa bóveda en Ulath’Migo a los del agua.
- Leshú de los lagos y Oimp de los ríos.
- Exacto. Entonces después cruzó el arco otra vez, solo con ellos…
- Ajá.
- ¡Por que va a rescatar a los otros! ¡Solo es cuestión de saber con qué otros arcos se comunica ese y seguirlo! ¿No le parece?
- Faroe… gracias… pero no veo que esperas…
- ¡Solo dígame que le parece! ¿Verdad que tengo razón?
- Faroe… -dijo el príncipe apesadumbrado- no. Sabemos que Umath y los otros cruzaron hacia el Trono de Dat, allí, según las leyendas, no hay otros übrim que liberar.
- ¿Cómo saben qué cruzó a Dat? ¡Le mintieron!
- Los ancianos dicen que según la leyenda –explicó resignado- este arco solo se conecta con otros dos más, el arco de Vat en la región del agua y el Ilva, en Dat.
- ¡Entonces eso es! No tiene sentido volver a Dat por lo que me dice… ¡Están en la región del agua!
- Fueron a Dat, si el arco se abre hacia la región del agua una gran cantidad de esta cruza de allí hasta acá... Faroe, escucha, no sé a dónde vas con esto…
- ¡Sigo siendo útil!
- No niego tu utilidad, pero debo tenerte aquí.
- No no no, escúcheme, tiene que sacarme de aquí, puedo ayudarle…
- Lo siento… sabes que es temporal.
- No no no…
- Escúchame, la gente de Krashik ha regresado a la ciudad, no están contentos con lo que pasó, solo me he ganado alguna suerte de confianza al encerrarte… pero esto es solo temporal, sé que no sabías lo que pasaba… cuando regresemos a casa serás liberado.
- ¿Y cuándo volveremos Merik?
- No lo sé, semanas, quizás meses.
- ¿Meses? ¡¿Meses?! ¡¿Por qué?!
- Tenemos que reparar el daño… y protegerlos, de ser necesario.
- ¡Que se protejan ellos solos!
- Sabes bien que no podrían defenderse si Oglaph decide atacar Krashik –dijo el príncipe, mientras se alejaba de la celda- pero lo resolveremos lo más pronto posible… serás libre, te lo juro.
- ¡Maldito hijo de puta! ¡Me pudro aquí por serte fiel y así me pagas! ¡Déjame podrir en esta cárcel porque si salgo te mataré! ¡Te mataré!
- Que… es lo que espera… -habló inhalando con dificultad- no funcionará… aún con mi firma… mi sello… no funcionará…Igano sonrió, tomó un paño de su cintura y le limpió las manos al rey, luego abrió un pergamino que Oglaph firmó sin leer, lo cerró y guardó con cuidado, dio dos pasos hacia atrás y sin cambiar de expresión le corto la cabeza de un tajo.
- Rey Oglaph, es tarde, firme la sesión y lo dejaré morir rápido.
- No… no funcionará… mis nobles no lo aceptarán… el senescal luchará… el capita…
- ¿El capitán de la guardia real? ¿El senescal de Aleb? ¿El primer gobernador? ¿El jefe del consejo? Dígame, ¿no son hombres que normalmente no abandonan este palacio? ¿Ellos y sus subordinados? –se inclinó y tomo al rey de Almat por la nuca- No, Oglaph, está solo… ellos lo seguían por poder, por dinero, pero han sido testigos de un poder mayor que el de cualquier mortal, una que invalida toda riqueza… está solo, rey, solo.
- No me mate –rompió a llorar- se lo daré, pero no me mate.
Char’Leek miraba por el balcón de su nueva habitación la ciudad de la que era protector y, ahora, rey. Abajo la gente caminaba tranquila, olvidando los eventos que los sacaron de sus hogares apenas hace poco más de un par de semanas, temía por ellos, temía por él. Miró dentro de sus aposentos y contempló la dorada armadura, carente de empuñadura, pensó en su espada y en lo mucho que había arriesgado al prestársela a Zirad, pero sabía también que era la única manera de herir a un übrim, no podía abandonar a su gente pero tampoco permitiría que esos monstruos destruyeran más ciudades; era la única manera. Recordó entonces lo curioso que le pareció que la hoja de la espada-látigo fuera como una hoja normal si no se la empuñaba con un guantelete puesto; eso lo llevó a rememorar lo mucho que le sorprendió darse cuenta que podía, con estos objetos cubriendo sus manos, abrir el arco übrim, como lo hizo para Ekia y los otros hace tan solo una semana; luego lo estremeció la realización de que su armadura, antigua y misteriosa, le daba el mismo poder de un dios. Merik llamó a la puerta.
Aquella negra galería se mostraba imponente, hecha de una amalgama de obsidiana y metal, estaba decorada por enormes ventanales, la luz del trono de Film se colaba por ellos y atenuaba las sombras de la habitación. En el fondo, sentado detrás de un enorme escritorio, un metálo de amplia espalda, vestido con una túnica roja y abultada que dejaba al descubierto sus pantorrillas, brazos y estómago, cubriendo, como con todos los metálos, la mitad de su rostro; su cabello está compuesto por cobrizas fibras, peinadas hacia atrás, sus ojos son vino tinto, pequeños y discretos. Un agente de Alkha’Du camina hacia él, porta la misma túnica de Zirad, su pelo es corto y negro, peinado hacia adelante, ojos oscuros; hace una reverencia hacia aquel en el escritorio.
- Gran señor Orgul –dijo el agente- tengo un informe para usted.
- Agente Volkhan –dijo, apenas apartando la mirada de sus papeles- ¿Qué noticias me tiene?
- He podido confirmar que hace aproximadamente una semana Zirad y Jeenpor, acompañados por una flor de loto y otra mujer no identificada, cruzaron el arco levantado en Talas.
- ¿No se supone que estaba custodiado por hombres de Suralnia?
- Sí, pero lograron escapar, aún con Jeenpor en las condiciones que dicen, estaba.
- ¿Qué condiciones?
- Alguna clase de parálisis, dicen que Zirad lo cargaba amarrado a su espalda.
- ¿Está seguro que son ellos?
- Todas las descripciones y los estilos de combate concuerdan, son ellos.
- Criminales… Necesito que envié un mensajero a Suralnia, que busque a la Jardín de Loto Caitena, que le diga que… que es hora de buscar a su amiga.
- Eso haré señor… pero… ¿Qué se hará con Zirad? Quisiera estar encargado de su rastreo y captura… él me avergonzó…
- Lo siento Volkhan, no quiero ofenderle –dijo Orgul reflexivo- pero Zirad está fuera de su alcance. No es el metálo adecuado para capturarlo.
- Lo entiendo –comentó disimulando su frustración- ¿puedo preguntar que se hará entonces?
- Será rastreado –dijo sonriente- por el Mouthras… por tres agentes del Mouthras.
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