martes, 1 de septiembre de 2015

Übrim: Fiar’Dum (19)

Texto por Mr. D, (Facebook,Patreon)

Ekia y Zirad navegaban en una pequeña canoa por un calmo rio, estaban rodeados de plantas frondosas y verdes, aunque de ninguna medida anormales. Justo en frente de ellos lo inusual crecía de forma desmedida, el rio parecía cortarse por un muro de tupidas y gigantescas plantas, verdes árboles que superaban a sus vecinos por varios metros, evitando incluso que los rayos del tronó de Ha les llegara, un übrim como Darmak apenas les habría llegado a la mitad.

- La selva de la tristeza –dijo Zirad pensativo.
- ¿Así la llaman? –preguntó la loto.
- No, no que yo sepa –explicó- pero me parece adecuado, no hay pueblos cerca como para nombrar esto.
- Me gusta más “selva verde” o “selva de la loto Ekia, la mejor”
- Casi, casi –comentó reflexivo- ¿Qué tal “selva de la loto Ekia y Zirad”
- Nehh –sonó displicente- muy largo, dejémoslo en Ekia.
Rieron mientras la canoa era frenada suavemente por las copiosas enredaderas que crecían sobre el rio hacia lo alto de los enormes árboles. Detuvieron su vehículo y lo acercaron a la orilla, se bajaron entonces y caminaron el par de metros que los separaba de las anómalas plantas. Las contemplaron por un momento. Ekia tomó una de sus espadas y cortó una hoja que les bloqueaba el paso.
- Igual que con una hoja normal, podremos cruzar.
Apenas dijo esto la planta mutilada empezó a crecer a un ritmo imposible, cubriendo de nuevo el camino en cuestión de segundos.
- La selva inmortal –concluyó Zirad sorprendido.
- Nos perderemos así –aseguró la Loto.
- Sí... sí… -respondió el metálo mirando el bosque selvático.
- Hay que escalar, desde las copas tendremos más visibilidad, asumo que estos árboles son sólidos en la cima.
- Sí…sí…
- Me quedé calva.
- Sí…sí…
- ¡Zirad!
- Lo siento –dijo el agente mirándola alertado- solo me estaba tomando un momento para contemplar… ¿No lo hemos hecho, sabes?
Ekia se quedó callada mirándolo, luego observó los übrimicos árboles en aquella monstruosa selva, recordó el arco de Talas, el ascenso de Darmak, la lucha con Umath en el cuerpo de Merik, la brutal ira de Niker. Niker, la übrim de la humanidad ¡la creadora del género humano! Había conocido un mito, una diosa, varios dioses; y ahora estaba intentando detener otros más, en el lugar donde otra había muerto. Zirad tenía razón, habían pasado por mucho, se sintió desfallecer un poco, abrumada por lo vivido y lo que vendría. Suspiró pesadamente luego de unos minutos.
- ¿Estamos haciendo historia, Zirad?
- Espero que sí.
Empezaron a escalar uno de los árboles. El ascenso fue relativamente simple, con ayuda de sus espadas cortas la loto ascendió grácilmente, dando pequeños brincos; el metálo clavaba la espada del guardián para ascender, con grandes y pesados saltos, al cabo de unos minutos lograron llegar a la copa de aquella planta, frondosa y sólida.
- ¡Mira eso! –Exclamó Ekia- No es un árbol, ¿Verdad?
Señalaba una estructura alta y ancha, en la distancia parecía una meseta que se elevaba unos metros sobre la copa de los árboles, brillaba en un pálido tono ocre.
- No lo creo –dijo el métalo- debe ser el Oeashiajim
- O lo que queda.
Avanzaron saltando entre las tupidas copas, al principio lo hicieron con cuidado, procurando no aferrarse de ramas débiles que cedieran y los llevaran a una mortal caída, pero luego de un rato notaron que la salud e imponencia de aquellos arboles era tal, que no parecía existir rama floja en ellos, por lo que pasaron de suaves pasos calculados a impetuosos saltos acelerados. En una media hora llegaron a las inmediaciones de aquella meseta.

La edificación era tan grande que lograba opacar los enormes árboles, un enorme tambor cobrizo, armado de grandes vigas metálicas que se entrelazaban en una maraña casi hueca, con apenas alguna láminas recubriendo lo que otrora fueran suelos y muros. Las plantas habían reclamado todo lo que el metal había dejado, excepto por los pisos superiores, hasta donde las copas no llegaban. Los dos viajeros saltaron a las vigas y ascendieron, posándose finalmente en la cima de la estructura.
- Parece un mar verde –describió Zirad admirando la frondosa naturaleza a su alrededor- y pensar que solo esto es lo que queda de toda una ciudad. Devorada por el mar verde.
- Me gusta más “mar verde” –contó Ekia.
Tomaron algo de agua y empezaron a inspeccionar el lugar, descubrieron que un lado del tambor había sido arrancado, claramente por una explosión, huellas del cataclismo pasado. También vieron láminas reventadas desde adentro y metal torcido hacia afuera, más evidencia del accidentado funcionamiento de la aterradora estructura. Luego notaron metal derretido en varios puntos, y metal removido en otros, supieron que tenían razón al observar las hendiduras con forma de enormes manos en algunos lugares de la estructura, cerca de secciones que habían sido claramente arrancadas.
- Estuvieron aquí –dijo Ekia- ¿Estarán lejos?
- La cantidad de material removido es mucha –aseguró Zirad- incluso para übrim, si Umath quiere hacer esto rápido no puede estar lejos.
- Además que si se mueve mucho se arriesga a dejar rastros.
- La pregunta ahora es: ¿Dónde?
Contemplaron el horizonte buscando alguna pista, una suerte de rastro de su paso; en cualquier otro bosque abría un camino claro de árboles rotos, ramas quebradas, suelos revueltos, pero en este solo había una larga y ondeante llanura verde, desafiando toda señal, todo pasaje.
- Tendremos que pasar aquí la noche –anticipó Zirad- ya atardece… ¿Ves eso?
Señaló un pequeño brillo que parecía escapar justo al borde de la selva, tenue, pero metálico. Ambos lo analizaron como pudieron, se miraron y asintiendo, saltaron hacia las copas de nuevo. Avanzaron aún más rápidamente, pues el poniente trono de Ha les ocultaría aquel fulgor en cualquier momento.

Una figura se ocultaba en las sombras al otro lado de la selva, podía ver desde su posición la nueva construcción que estaba siendo terminada en el claro que se extendía justo detrás del bosque y los seres que la rodeaban. Había llegado hace relativamente poco, después del grupo de metálos que deambulaban por el lugar pero antes de que estos colocaran la serie de trampas de humo con las que esperaban encontrar cualquier intruso, así nunca fue detectado por ellos.

Contemplaba con calmada espera la imagen que, si bien impresionante, ya se le había hecho habitual: tres gigantes seres, de proporciones cuadradas y uniformes, tan grandes que un hombre les habría llegado apenas a la rodilla; al que resplandecía con una tenue luz anaranjada y brillantes ojos amarillos, lo identificó como Unlem, el übrim del brillo; a los de ojos azules, compuestos de una negra masa acuosa, como Leshú y Oimp, el que tenía añiles manchas redondeadas era el übrim de los lagos y el de marinas vetas palpitantes, de los ríos; hasta hace poco los acompañó el rocoso Darmak del magma, pero partió hace un par de días. Todo este tiempo habían estado construyendo aquella extraña pirámide de tres lados, alargada y delgada, apenas un tanto más baja que los enormes árboles que tenía en frente, con tres enormes sillas, de la talla de aquellos descomunales seres, incrustadas en su base. Ya apenas faltaba terminar de construir la punta de la pirámide, un proceso que demostraba ser delicado, pues les tomó bastante tiempo.

Además de los übrim, en aquel espacio se podía ver a quien claramente dirigía el diseño, Ezzar, el Niker-Glados, en el pasado había sido amigo de quien lo estaba observando, pero muchos años habían trascurrido desde entonces y no sabía con seguridad si aquel humano consideraba más valiosa su amistad con Zirad, objetivo del fisgón, que la suya. Con el arquitecto de esta extraña obra habla un joven metálo, de alargada figura y delgado rostro, ojos y cabello negros, con alba tonalidad en sus placas externas; él era el líder del grupo de tres al que había seguido desde Alkha’Du, poco después de que Orgul los enviara, los otros dos eran un hombre de redondos ojos carmesí, cabello cortísimo y cobrizo, del mismo color que su piel y una mujer no muy alta, con negro cabello de fino alambre delgado, ojos negros y cutis plateada; los tres vestían ropas que los identificaban como miembros del Mouthras, una larga túnica negra apretada en el pecho que se prolongaba para cubrir sus rostros, adornada con telas azul oscuras que decoraban la mitad superior de su pecho, sus botas, cinturón y mangas.

Una explosión de humo rojo en la copa de un árbol cercano lo alertó, no supo si había sido Ekia o Zirad quien había activado la trampa, pero pudo verlos saltar de regreso hacia la vieja estructura que se erguía en aquel extraño bosque, los siguió oculto por el follaje hasta que los observó detenerse en la cima de aquella metálica meseta, darse la vuelta y desenfundar, la loto sus clásicas cuchillas cortas y su objetivo una curiosa espada dorada; contempló también como los tres miembros del Mouthras los alcanzaban y tomaban de sus espaldas sus sables neumáticos, hojas anchas, exclusivas de la fuerza elite, para blandirse envolviendo la mano, que se guardan dobladas y se despliegan con amenazador latigazo cuando son desenfundadas.

Todo se desenvolvía como esperaba, ahora solo le restaba esperar, esperar el momento justo para actuar. Zirad se alegraría de verlo, pensó sarcástico.

Recuerda: El presente trabajo no se encuentra publicado en medio impreso alguno; puedes apoyar a su autor compartiendo esta dirección. De ti depende que estas historias continúen. Gracias. Aquí puedes encontrar más de Mr. D

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