sábado, 21 de noviembre de 2015

IN MEMORIAM

Sí era aquello lo que temía, fue lo primero que pensó apenas aquel dolor intenso le estalló en el pecho, sufría un infarto. Era obvio, consideró, debió haberlo notado antes; se sintió tonta por haber ignorado ese cansancio y molestia que no cedieron en todo el día. Por un momento el pánico absoluto la invadió, una honda helada que recorrió mordiendo todo su cuerpo, no quería dejar de vivir. Apreció como sus músculos perdían tensión, como una aterradora relajación se apoderaba de todo su ser, notó sus rodillas ceder y pudo percibir como se aceleraba hacia el suelo. Su cerebro la colmó de señales procurando desesperadamente entender algo que ella ya había comprendido: expiraba.

Dejó de sentir miedo al vislumbrar aquella realidad, en su lugar la llenó una sensación de lástima, no por ella, sino por su madre, la estaba dejando sola. Mientras notaba el borde de su visión oscurecerse y los sonidos más agudos enmudecer, repasó la última vez que rio con ella, hace un par de días. Recordó que entonces también sintió lastima por ella, por como intentaba, en su rol de madre, animarla un poco inútilmente; el último mes había sido bastante duro y ella aspiró varias veces a alivianar su diario sufrimiento, sin conseguirlo. Siempre fue así, pensó, un madre entregada a la felicidad de sus hijos, no era justo dejarla tan pronto.

Le creció la tristeza al tiempo que solo su sentido del equilibrio registró el impacto con el suelo, su cuerpo había dejado de sentir ya. Estaba afligida por abandonar la vida, recordó alguna comida desordenada que tuvo siendo una bebe, quizás su primer recuerdo; luego se vio siendo alzada por sus padres, esperando el transporte en su primer día de colegio, besando su primer pareja, terminando con él, graduándose por primera vez, viendo en la pantalla de su segundo ordenador la confirmación de haber sido admitida en la universidad, festejando haber terminado sus estudios superiores, presentándose nerviosa pero decidida a su primer entrevista de trabajo como profesional y, finalmente, cuando se enteró del accidente.

¿Para qué vivir si todo terminará al fin? Se preguntó otra vez, como el horrible día que recibió aquella negra llamada: su hermana, joven también, había sufrido un inesperado accidente y ya no vivía más. Luego de superar el desconcierto, de confirmar, despedir y enterrar, hubo algo que no la abandonó, que jamás amainó y se permitió convertirse en rutinario: el dolor. Por más que lo intentó, por más que su madre y amigos procuraron ayudar, nunca dejó de sentir y vivir aquella inmarcesible tristeza, esa inefable melancolía, la inexorable impotencia. Eso fue lo que provocó esto, reflexionó, su corazón no pudo soportar aquel sufrimiento absoluto ya más.

¿Había vivido bien? Logró preguntarse mientras notaba como ya no escuchaba nada, no olía o sentía, y su vista, gris, se opacaba cada vez más. Rememoró que se había preguntado lo mismo sobre su hermana, también recordó la respuesta que se dio: la vida puede ser corta o larga, llena de logros materiales, mentales o espirituales, pero al fin de cuentas solo importa un criterio: ser feliz. Si se consigue, la vida, aunque corta, está bien vivida. Su hermana fue feliz, entonces, sí. ¿Y ella? ¿Fue feliz? No el último mes, claro, pero en general sí; fue feliz con sí misma, con su madre, sus amigos, su hermana, ¿la vería del otro lado?

Todo fue oscuridad, pero aún estaba allí, le molestaba saber que su existencia se vería truncada tan abruptamente. Consideró entonces, posiblemente gracias a la paz que la invadía, que el futuro era de todas formas incierto, no podía cobrarse lo eventos que podían haber llegado, las decisiones y los actos que nunca serían; la vida es, de todas formas, aquello real sobre lo que hemos sido, y ella fue buena, buena y feliz, en el tiempo que pudo estar en este lugar.

Este lugar, se dijo en un suspiro de idea, quizás otro: ¿Mi hermana estará allí?; formuló como su última pregunta.

Algo escuchó, claramente.



Y murió así, en feliz silencio.

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