miércoles, 16 de diciembre de 2015

Übrim: Cinco Mouthras (20)

Texto por Mr. D, (Facebook,Patreon)
- Nombres. –exigió Zirad.
- Rakt –respondió el metálo delgado.
- Zirek –dijo el cobrizo.
- Deerla –definió la mujer.
- ¿Qué hacen con Ezzar? –preguntó Ekia.
- Los Mouthras no explican sus asuntos a lotos –afirmó la metála- ríndanse ahora y prometemos que no la dañaremos. Usted se queda aquí y nos llevamos a Zirad.
- ¿A dónde? –inquirió el agente.
- A Alkha’Du –explicó Rakt- donde será juzgado por traición.
- Orgul es el verdadero traidor –contó Zirad- ¡¿No les parece curiosa la presencia de unos MALDITOS übrim al otro lado de esta selva?!
- Tenemos nuestras órdenes –expuso Zirek- un Mouthras cumple su objetivo, luego informaremos de esta anomalía.
- Yo era como ustedes chicos –dijo el agente pausadamente- antes de que empiecen con esto… quisiera que reconsideraran.
- Es usted una leyenda señor –comentó Rakt- será un honor llevarlo ante el consejo.
- Será una lástima que terminen así –aseguró Zirad.
- Deerla, a la loto –ordenó el delgado Mouthras, justo antes que los cinco trabaran combate.
Rakt y Zirek chocaron sus sables con la espada de Zirad, el golpe fue tal que se vieron algunas chispas saltando. Ekia evitó estrellar sus cuchillas con el filo de Deerla, en su lugar dio un salto hacia atrás, dejando que la metála estrellara su arma contra el suelo; la loto brincó sobre ella y rápidamente desenredó su hilo metálico para intentar enredarlo en el cuello de su rival, pero la Mouthras levantó su hoja y logró cortar la fibra antes de que se tensara. Ambas mujeres empezaron entonces a danzar, tratando de cortar a la otra, esquivando hábilmente los ataques de su contrincante.

El agente de Alkha’Du daba firmes pasos hacia atrás mientras dibujaba fugaces círculos con su arma en el aire, apenas evitando ser alcanzado por los cortes de los dos enemigos que lo atacaban con fiereza. Dio un salto hacia adelante, intentando escabullirse entre los dos Mouthras, sin embargo ambos lograron alcanzarlo, haciendo un corte en su pecho y espalda. Luego reanudaron el ataque, abriéndose lentamente y obligando a Zirad a hacer arcos más grandes con su espada para intentar protegerse; viéndose en creciente peligro el agente decidió saltar hacia Rakt, dejando que le propinara un profundo corte en una pierna pero consiguiendo perforar el lado derecho de su rostro, obligándolo a dar un gran salto hacia atrás. Se giró entonces y logro desviar un ataque de Zirek, rozando su sable con la espada y permitiendo a su rival girar a su alrededor, dejando así a ambos atacantes otra vez del mismo lado. La batalla continuó.

Ekia y Deerla giraban ágilmente dejando escapar voraces ataques de velocidad, apenas desviados o esquivados, la loto sabía que un combate de tal intensidad estaba diseñado para cansar a cualquier rival humano, así que decidió cambiar de estrategia; giró levantando su capa, simulando una distracción, la metála la haló, procurando clavar su sable en la espalda de la guerrera, pero su hoja solo perforó el aire, vio entonces a su dueña, que cruzaba los aires y se dejaba caer por uno de los agujeros en la oxidada meseta. Sabía que no podía dejarla escapar, permitirle configurar algún ataque furtivo, arrojó la capa y dio un salto, adentrándose en la misma abertura.

Zirad dio un salto alto, seguido de cerca por sus enemigos, se giró en el aire y arrojó su espada como una lanza hacia Rakt, este logró desviarla de su fortuna pero consiguió clavársele en el lado izquierdo del pecho, frenando su avance. Zirek atacó impetuosamente a su rival apenas tocó el suelo, buscando aprovechar que estaba desarmado; el agente alcanzó a esquivar los primeros cortes, esperando alguna oportunidad para contraatacar, pero fue alcanzado superficialmente en varias ocasiones.

Deerla buscaba afanosamente con la mirada a la loto, escudriñaba los oscuros recovecos de las retorcidas vigas de metal, devoradas por la selva impetuosa; la noche que ya había caído dificultaba su labor pero no logró evitar que finalmente viera a Ekia, quien respiraba con dificultad recostada en una viga que se elevaba un par de metros sobre las copas de los árboles. Se acercó con cautela, asegurándose de llegar a ella sobre su línea de visión para evitar posibles trampas en su aparente flanco, se posó finalmente en una viga justo en frente. La guerrera se incorporó un tanto y dejó escapar una expresión de dolor al posar sus piernas con firmeza.
- Aún puede rendirse –dijo Deerla- usted no es nuestro objetivo.
- Los Mouthras cumplen su objetivo, las loto no se rinden.
- Como quiera.
La metála y la loto saltaron la una hacia la otra, chocaron hojas y se posaron en la viga contraria, la de Deerla cedió al instante. La Mouthras saltó sorprendida, Ekia la recibió en el aire, le clavó sus cuchillas en los ojos y la dejó caer en la copa de un árbol. La cegada se incorporó como pudo y desesperadamente trató de atacar, pero solo consiguió escuchar a su rival decir, antes de alejarse:
- También somos más ligeras.
Arriba, Zirad intentaba desesperadamente esquivar los cortes de los dos metálos, ahora armados con su espada. Había mantenido a Zirek a raya con cautelosos golpes, pero le resultó más difícil de lo que esperaba conseguir romper la defensa de su contrincante, lo que le dio tiempo a Rakt para incorporarse, retirar la espada del agente de su cuerpo y reanudar su ataque, ya lo habían alcanzado algunas veces, por lo que el agente tenía varios cortes superficiales y algunos profundos en sus brazos. Los tres brincaban y recorrían la metálica meseta a toda velocidad, procurando terminar con la batalla con premura. Zirad logró de pronto golpear con su palma el rostro del metálo cobrizo, obligándolo a retroceder, aprovechó ese espacio para desviar un corte de Rakt con su propia espada, logrando que él mismo se la clavase en la pierna, se la retiró y consiguió trabar un ataque doble de ambos Mouthras con esta; quedó sin embargo en una posición complicada, cerca del borde de la meseta y con los filos rivales cerrándose alrededor de su hoja, como una mortal tijera. La sombra de alguien saltando sobre ellos los distrajo momentáneamente.

Era Ekia, que emergió de un agujero en el suelo, dando un giro en el aire le arrojó un par de botellas a los dos metálos que atacaban a su amigo, Rakt consiguió usar su hoja para desviar una de estas, pero la otra se estrelló de lleno en la cabeza de Zirek, quien se dio la vuelta para atacar a la loto y pudo contemplar cómo esta producía una chispa con sus dedos índice y corazón, prendiéndole fuego. Mientras el metálo delgado y Zirad cruzaban sus filos de nuevo, el cobrizo embistió con toda su fuerza a la loto, estrellando su sable con el suelo y perforando el aire, gruñendo desesperado mientras Ekia escapaba grácilmente a su brutal ataque. Cuando finalmente se desplomó, escupiendo y llorando fuego, la guerrera se detuvo para ver como su compañero atravesaba finalmente el pecho de Rakt, provocando el mismo efecto. Habían ganado.
- Ocho Lotos, tres Mouthras –contó Ekia- No está…
Antes de que pudiera terminar, el suelo bajo sus pies se desquebrajó, de él emergió un metálo gris de espalda ancha, cabello carmesí rizado, algo largo, vestido con un pantalón negro y una chaqueta roja, que se abría en el centro, extendiéndose a los lados de sus piernas, cubriendo la mitad de su rostro, sus ojos eran redondos y carmesí. Le arrojó un golpe al pecho a Ekia, pero ella alcanzó a cubrirse con los brazos, fue lanzada por los aires y estrelló su espalda con una viga del suelo, intentó tomarse de otra al frente pero vio como el metálo la iba a patear con el talón en el hombro derecho, consiguió anteponer su brazo y, sintiendo como este se rompía, cayó entre las ramas, perdiéndose en el follaje.
- ¡Ekia! –exclamó Zirad, corriendo a toda velocidad hacia aquel agujero.
El metálo recién llegado le lanzó un golpe con el dorso de la mano derecha al agente apenas lo tuvo cerca, este se agachó para esquivarlo pero abajo recibió un impacto en el cuello con la mano izquierda de su rival, que fue seguido por un rodillazo y una patada giratoria, la cual lanzó a Zirad de golpe al suelo. El metálo se incorporó entonces, mirando con desdén al recién llegado.
- Arkan –dijo incorporándose- el martillo.
- Zirad –respondió el feroz atacante- la cuchilla. Ha pasado mucho tiempo.

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