Las puertas se abrieron casi de golpe, una cuarentena de mujeres entró a la habitación y en sincronizado frenesí empezaron a servir diversos alimentos en plateadas bandejas, se veían carnosas piernas en salsa, asadas y caramelizadas, exquisitos insectos freídos, radiantes tentempiés frutales, jugosos filetes bellamente tajados, pequeñas criaturas suculentas y frescas verduras arregladas; todo acompañado de varios aderezos, bebidas claras, oscuras y alcohólicas. Aquel enorme comedor rápidamente se vio repleto, adornado y preparado para dar comienzo al festín. El príncipe Merik, a la cabeza de la mesa, se puso de pie, saludó a sus comensales con un ligero ademán y los observó por un breve instante; le resultó satisfactorio lo felices que se veían, seguros de su tarea, ajenos a sus motivos. Estaban todos los invitados, los veintiún capitanes de legión, los trece de cuadrilla y el de las escuadras, además de los únicos en su fuerza que de seguro conocía por su nombre: Igano, Faroe, Matú y Jeenpor.
- Bienvenidos –saludó el príncipe- al glorioso palacio real de Krashik… donde nuestra primera victoria… aplastante he de agregar… podrá ser celebrada. Cada uno de ustedes se ha ganado una merecida felicitación, que deseo extiendan a sus hombres… por ahora el horizonte luce brillante y nosotros, como debe ser, comemos.Se sentó y empezó a dialogar con Igano, su hombre de confianza, por más que quiso le resultó imposible escuchar lo que decían al único metálo en la mesa; quien fue arrancado de sus esfuerzos por una pregunta de alguno de los comensales.
- No lo había visto antes –aseguró un capitán sentado al lado del cobrizo.Un silencio incomodo se posó sobre los dos, Jeenpor intentó volver a escuchar al príncipe pero este ahora solo comía. Pensó que podría de todas formas obtener algo de información del hombre con quien hablaba.
- Ciertamente, no. Mi advenimiento tardío tuvo lugar en esta jornada.
- ¿Y por qué llegó hoy? ¿De dónde viene? ¿Quién es usted? –Preguntó el soldado con ahínco- sí, se puede preguntar, claro está. – agregó preocupado de estar dialogando con alguien importante.
- Mi calificativo es Jeenpor, acostumbraba morar en Alkha’Du. Arribo desde aquella localidad.
- ¿Puede usted también abrir el arco?
- Me temo que no. Fui legado por mi empleador en la urbe de la terrible torre para asistir al infante en todo cuanto requiera –afirmó señalando al príncipe- Mi afluencia a Talas fue en extremo pánfila y cuando topé con esta hueste el portón ya estaba siendo atravesado. Aligeré la marcha y conseguí franquear, más, indudablemente debido a que ya se estaba obstruyendo, arribé lejos del arco de Égu y, al parecer, muy posteriormente a ustedes.
- Entiendo…
- Capitán -llamó- me temó que me resulta ajena la composición de la magna tropa a la que usted pertenece y a la que, me resulta licito juzgar, terminaré por atañer también. ¿Podría usted exponerla para mi entendimiento?Jeenpor le hizo unas preguntas más a aquel hombre, buscó conseguir un poco más de información antes de poder hablar otro rato con Merik; esperaba poder hacerse su amigo, ganarse su confianza y entender la magnitud de sus planes; su deseo se vio frustrado cuando el noble, luego de terminar una generosa porción, se despidió y retiró de la habitación, acompañado de sus tres protectores.
- Por supuesto –dijo el hombre luego de una corta pausa- bien… este es el ejército de Aleb, es grande y poderoso… estamos divididos en tres clases de grupos: legión, cuadrilla y escuadra.
- Quinientos hombres, doscientos y cinco… si no me abato en una incorrección.
- Sí. Así es… bien… aquí ve veintiún capitanes de legión, la mayoría dirigimos soldados… somos nueve capitanes de espadachines, seis de piqueros, tres de arqueros y él… –señaló a un hombre en la mesa- es el capitán de la legión médica.
- Diez mil efectivos a pie -concluyó el metálo.
- Ajá… también hay trece de cuadrilla… pero esos son varios grupos… hay cinco de caballería –dijo mostrando con un ademán un grupo de hombres al otro lado de la mesa- y de los demás hay uno por grupo… está el capitán de la escuadra de herreros, de los sastres, cocineros, zapateros, recolectores, estibadores… ah… y dos capitanes… capitanas, de hecho… de las dos escuadras de prostitutas –dijo con una expresión de complicidad que el metálo encontró repugnante.
- ¿Y qué acontece con las escuadras?
- Solo la fuerza de asedio se divide en escuadras, un grupo de cinco hombres por cada máquina disponible… en total son cincuenta escuadras… doscientos cincuenta hombres dirigidos por un solo capitán –señaló a alguien más en la mesa.
Esperó un poco más para no levantar sospechas, se centró en su plato, una deliciosa selección de cuarcita azulada con un ligero toque de filita roja y mármol negro, aderezada con un poco de arenisca ámbar local; alimento con el que su fortuna de Itrak podría finalmente raparle el ojo, dañado en aquella batalla en Talas. Terminó al fin, se despidió de todos y salió hacia una estancia con balcón, donde se paró y contemplo el cielo.
- Faros de Tarkú… ¿Serán aquello que recitamos?La puerta de la habitación se abrió de golpe, Ekia se escondió y Jeenpor calló. Igano entró a la estancia.
- ¿Qué ha averiguado? –lo interrumpió la voz de Ekia, que se descolgaba de uno de los muros, cubierta por las sombras.
- ¡Es usted absolutamente indetectable!
- Jeenpor, no tengo tiempo, Zirad y Char’Leek necesitan información para actuar.
- Es verdad. Nuestra quebradiza coalición requiere ser nutrida a través de esta insólita cooperación.
- Me voy –castigó la loto.
- ¡Espere! -solicitó- le contaré lo acaecido.
- Lenguaje simple, por favor.
- Tan raso como pueda suministrarlo –dijo mientras Ekia resoplaba- logré captar la familiaridad del delfín Merik al presentarme, justo como habíamos proyectado luego de que Zirad me asistiera y consiguiera persuadirla para unírsenos por el bien de esta urbe, como un colaborador de Orgul que fue legado a modo de dádiva para servirle.
- Bien. Con toda la historia del arco y demás.
- Ciertamente.
- ¿Ha descubierto algo más?
- Por supuesto. Ulteriormente a mi arribo, escuche que Matú, la dama que escolta al infante, le relataba a Faroe, el jovenzuelo que asimismo resguarda a Merik, la razón por la que Darmak ha partido de la ciudad; tal parece que cruzará el arco de Egú y traerá consigo otro übrim. No pude dilucidar cuál o de qué ubicación.
- Eso no puede ser bueno.
- Estamos de acuerdo.
- ¿Y qué planea hacer con la ciudad?
- No es de mi conocimiento. Tal parece que aún no lo ha resuelto… he estudiado su distribución castrense sin embargo, resulta que...
- Jeenpor –dijo el guerrero- el príncipe requiere de sus servicios.
- ¿De qué forma puedo complacerlo?
- Merik quiere que sea capitán de los hombres de esta ciudad que han jurado lealtad a él.
- ¿Capitán? ¡Qué halagador! ¿Pero de cuantos individuos estamos parlamentando?
- Son poco más de seiscientos los que han pasado las pruebas físicas, más de la mitad del “ejército” que quiso defender la ciudad.
- ¡Gran cantidad! –exclamó el metálo- si bien me siento honrado con semejante concesión, me temo que aventajan lo que mi usanza…
- Creemos que luego de la última prueba solo quedarán doscientos a lo sumo –interrumpió Igano.
- ¿Tan solo doscientos? –preguntó alarmado- ¿Por qué motivo?
- Merik quiere -sonrió- que usted y ellos prueben su… lealtad…
- ¿Probar…? –Titubeó Jeenpor
- Sí. La última prueba será hacer que estos hombres maten a todos los demás en la ciudad… incluidas sus familias.
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