jueves, 29 de agosto de 2013

Übrim: Noche en el Desierto (10)

Relato por Mr. D, (Facebook,Patreon)

Reflexiona, contemplando a sus hombres, dirigidos por Igano, mientras estos terminan de poner las tiendas y armar el campamento. Ha traído dos legiones, una de espadachines y otra de lanceros, apenas mil hombres como una muestra de lo que ha dejado en Krashik. La noche cae, espera que mañana en la mañana lleguen Matú y Jeenpor con las dos cuadrillas de caballeros que escoltarán la caravana de bienes lujosos que le ofrecerá al rey de Almat cuando lleguen allí en la tarde. Tiene que mostrarse fuerte pero amable si quiere que la alianza que busca pueda concretarse; es necesario, ya que no sabe cuánto tardará Darmak en volver y debe actuar lo más rápido posible, antes de que otros übrim se den cuenta de lo que hace. Por ahora su objetivo es claro: una alianza con Almat, aprovechando su conflicto con Ulath’Migo, para arrasar con esa ciudad metála.


Un poco más cerca de las dos ciudades en guerra, pero aun en medio del desierto, Ekia y Zirad atizan el fuego que los calentará en la noche; el guardián los ha dejado con la promesa de que volverá a buscarlos tan pronto como sea posible y se ha ido para acompañar a su gente en busca de otro lugar donde puedan vivir. Por ahora solo se sientan en la arena en silencio, cerca de un árbol seco, Zirad mirando los faros de Tarkú y el trono de Film mientras se pregunta si algún día podrá viajar hasta allí; Ekia despellejando un carnoso par de suricatos que cazó más temprano, cuando intentaban desesperadamente aventajar a Merik y su comitiva.
- ¿Cree que tengan algo parecido a nosotros? – preguntó la guerrera, rompiendo el silencio.
- ¿Humanos?
- No, idiota… lotos, lotos.
- ¿Idiota?
- No haga caso…
La noche corría silenciosa entre los pasillos del palacio real de Krashik, donde dos soldados custodiaban aburridos el pórtico del que otrora fuera el despacho del rey sin notar que un par de figuras se habían adentrado en la habitación por una de las ventanas. Un soplido fugaz se escuchó y ambos hombres sintieron un pinchazo en sus cuellos, uno de ellos alcanzó a notar la forma del dardo que se le había incrustado, el otro se desplomó preguntándose qué había pasado. Ezzar y Ka’Tal los alcanzaron antes de que se estrellasen con el suelo, luego abrieron la puerta del despacho.

Los dos desconocidos que entraron a su oficina, arrancaron a Faroe de sus reflexiones sobre todo lo que tendrá que preparar ahora que Merik lo había convertido en senescal de Krashik; se levantó de golpe pero no alcanzó a tomar su arma, Ka’Tal manipuló una metálica cerbatana y le disparó un dardo que se le clavó en el pecho, justo entonces Ezzar saltó hacia el guardaespaldas y lo golpeó rápida y repetidamente en el estómago antes de obligarlo a sentarse con otro impacto en el rostro. El intruso tomó entonces por el cabello al guerrero, obligando su casi desorbitada mirada a fijarse en la suya.
- ¿Qué…? ¿Qué me hicieron? – preguntó con dificultad Faroe.
- Faroe, ¿Cuál es su color favorito? – Indagó Ka’Tal
- Negro.
- ¿Hace cuánto no tiene sexo? – continuó la mujer.
- Dos horas.
- Funciona – concluyó la intrusa, dirigiéndose a Ezzar – haz tus preguntas.
- ¿Y qué piensa de Merik?
- Me aterra.
- ¿Por qué?
- Tiene un poder… inhumano.
- ¿Antes no lo tenía?
- No.
- ¿Hace cuánto qué es así?
- Seis meses.
- ¿Qué le pasó?
- Viajábamos, los tres con mis hermanos, Merik se enteró de un rumor en un pueblo pequeño, Colgen, muy al norte, en el trono de Dat… no nos llevó a mí ni a Matú, solo a Igano, cuando volvió era diferente.
- ¿Cómo diferente?
- Antes era un bromista, amable, cálido… después de eso se volvió frio, imparable, inhumano.
- ¿Sabe exactamente por qué?
- No.
- ¿No confía en usted?
- Solo confía en Igano
- ¿Qué pasó después?
- Volvimos a Aleb… creo que… mató al rey Javius…
- Su padre.
- Sí. Luego reunió todo el ejército del reino y partimos a Talas.
- No esperó ser coronado rey.
- No… ya en talas desenterramos…
- ¿Va a decirme algo que alguno de sus soldados no sepa? –interrumpió Ezzar – ¿algo secreto sobre los planes de Merik?
- Los secretos solo los conoce Igano.
- Perfecto.
Dijo, justo antes de que Ka’Tal le disparara otro dardo, que lo dejó inconsciente.
- Bien, pero no soy bueno cantando –dijo Zirad entre risas.
- No importa –comentó Ekia sonriendo– si me dices que es la única forma de explicar cuáles son las nueve ciudades metálas…
- No la única… la mejor…
- Te escucho…
La voz de Zirad se tornó un tanto más gruesa, con una tonada lenta, monótona, gregoriana, empezó a cantar.
- Conoce, metálo, la senda que escalo
Lo bueno, lo malo, el sueño que exhalo

Kirin’Sahu, la Primera
De la guerra primavera

Radas’Gua, La Prohibida
Por pecados abatida

Fiar’Dum, La Muerta
En la selva desierta

Verma’Ilan, La Roja
Que a los extraños despoja

Alkha’Du de Negra Torre
Sus enemigos calcina

Urak’Terom, La Divina
Que el futuro coordina

Sotal’Kikso, La Flotante
Aun así de gran talante

Gilo’Devar, La Salada
En el mar no teme nada

Ulath’Migo, La Joven
Y que jamás la roben

Ya viste, metálo, la senda que escalo
Lo bueno, lo malo, el sueño que exhalo

- ¿Por qué no rima la de Alkha’Du? –indagó la guerrera grácilmente.
- No lo sé…
- Arruina la canción…
- ¿Te gusta?
- Tomando en cuenta que es metála… es buena…
- emm… ¿gracias?
Dijo el metálo en tono burlón, luego el silencio se posó de nuevo.
- Necesito comer, Ekia.
- Pues hazlo, trajiste comida ¿No?
- Sí. Pero… sabes que es algo… muy privado el acto de comer.
- ¿Por qué no solo te cubres la cara mientras lo haces? normalmente ustedes hacen eso.
- Sí… quería tener comodidad.
- Zirad –dijo la guerrera, reflexiva– es claro que nuestros caminos se cruzaron para que intentáramos parar a Merik… pienso que en parte… deberíamos confiar más el uno en el otro…
- ¿Quieres verme comer?
- Sé lo importante que eso es para ustedes, la luz que emite la fortuna puede verse en sus bocas… solo me parece una oportunidad de… en cierta forma… ganar confianza.
El metálo lo pensó por un momento, supo que Ekia le pedía aquello porque entendía lo que significaba para él, su lógica le resultó aceptable luego de un rato. Se descubrió el rostro, en él se encontraba un orifico rectangular inmóvil con una rejilla de varillas planas que la atravesaban verticalmente; desde aquella abertura emergían tres delgados surcos, dos atravesaban sus mejillas y uno dividía su barbilla. Zirad la miró y suspiró, la rejilla se replegó dentro de su cara y su mandíbula se abrió en dos dejando que la tenue luz que podía notarse en su boca se hiciera más brillante; introdujo una serie de rocas de obsidiana en la hendidura, dejando que se perdieran en la luz, luego cerró la división y volvió a taparse la cara. Ekia lo miraba sorprendida.
Gracias –comentó la loto–
El trono de Film resaltaba la figura de la ciudad de Krashik en el horizonte, Ezzar y Ka’Tal la miraban.
- Me temo que tal vez Niker tenía razón–dijo el enviado.
- Colgen… está cerca la barbacana de Übrim-Erk’Fu… ¿será posible?
- Creo que sí… Merik fue poseído por uno de los hijos de Xiotán
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