sábado, 7 de septiembre de 2013

Übrim: La Prisionera (11)

Relato por Mr. D, (Facebook,Patreon)

La sala del trono es una habitación rectangular de mármol amarillento y plagada de costosas alfombras de piel traídas desde la lejana región del viento, donde varias mujeres semidesnudas están recostadas; algunas solo retozan, otras complacen a algunos de los miembros de la corte y otras se distraen observando al grupo de los recién llegados que le han presentado al rey Oglaph, un joven obeso, de castaña barba e inexistente cabello, ataviado con pieles extranjeras y doradas joyas, varios carros llenos de oro, plata y otros lujos tomados de la vencida Krashik.
- ¡Bienvenido entonces príncipe Merik de Aleb, rey de Krashik! –gritó el rollizo rey- ¡está sí es la forma de presentarse ante mí!
- ¿A qué se refiere rey Oglaph? –indagó el otro noble.
- Ayer vino una mujer a hablarme de usted, vino sin agasajos.
- ¿Una mujer? ¿Dijo su nombre?
- Lo dijo, sí… pero no le presté atención… no se la había ganado.
- ¿Y qué le dijo de mí?
- ¿Por qué no se lo pregunta usted mismo? –Dijo el rey de Almat sonriente- ¡Está aquí encarcelada!
- ¿La hizo encerrar? ¿Por qué motivo?
- Me insultó… nadie se dirige al gran Oglaph sin un presente digno… aunque no fue fácil… aún desarmada logró vencer a más de una decena de mis mejores hombres… ¡Puede ir a verla Merik! ¡Llévenlos donde ella!
Jeenpor contemplaba nervioso una de las ventanas del recinto del concejo de Ulath’Migo, a través de esta podía detallar la plateada ciudad, llena de torres redondeadas y blancas calles empedradas, la luz de Ha la hacía brillar aún más, resaltando el fulgor de la piel de sus habitantes abajo; recordó entonces que el recinto donde se encontraba estaba más alto que el resto de la ciudad, la única edificación construida sobre “El bloque de la fundación”, un enorme y übrimico bloque cúbico y metálico, adornado solo por el edifico en el que se encontraba y el símbolo de los arcos übrim, decían que la ciudad había sido construida alrededor de esta estructura. En el horizonte se veía Almat, cruzando la desértica sabana de Ta’al, tan o más grande que la ciudad metála, le recordaba a Krashik, pero con muchos más edificios ámbar, mucho más cuadrados, opacados por la mansión real, dorada, encima de una colina artificial. La gran puerta que tenía en frente se abrió al fin.

Mientras entraba al lugar, el metálo no pudo evitar pensar en Zirad, sabía que estaría en algún lugar de la ciudad, procurando prepararla para la llegada de Merik, igual que Ekia en Almat; no sabía si él también había cruzado el pórtico y hablado con el concejo, esperaba que sí, así tal vez podrían evitar lo que Merik quería con la plateada ciudad.
- Benemérito cabildo de Ulath’Migo, me despliego, soy Jeenpor, adalid de Merik, vástago de Javios, príncipe de Aleb en el Trono de Dat y Rey de Krashik en este.
- Jeenpor, metálo que sirve a un humano –dijo uno de los siete metálos que se sentaban ante él, en plateadas sillas altas, cubiertos por telas negras y holgadas que solo dejaban ver sus ojos– ¿Qué mensaje trae para nosotros?
- Mi patrono ansía convidarles a ustedes una ocasión para que fragüen una coalición con él.
- ¿Por qué haríamos tal cosa?
- Se me ha dispuesto conminarles a hacerlo… si no componen una mancomunidad con sus poderíos, él marchará hacia esta urbe cófrade, seguramente, con Oglaph de Almat.
- ¿Saben él y usted que estamos en guerra con Almat?
- Ciertamente, él se brinda como campeón de armonía entre ambas metrópolis.
- ¿Bajo qué términos se establecería esta alianza?
- Unir sus huestes a las de él y marchar en una empresa dominadora, igualmente concederle intrusión en El bloque de la Fundación.
- ¿Con que fin… ambas cosas?
- Desconocidos para mí.
- Retírese, discutiremos.
- Debo notificarles también que Merik ha licenciado al übrim cautivo en Krashik, Darmak, y que este está trasladando otro más como él a favor del delfín.
- Ya hemos sido notificados de la extensión y poder el ejército fantasma. ¿Algo más aparte de eso?
- Yo –dijo el metálo sobrecogido por un deseo de confesar que solamente era un espía en las fuerzas de Aleb– me retiro.
Cuando las puertas del calabozo se abrieron de golpe, Ekia, encadenada por sus manos a uno de los muros, golpeada y vestida solo con la tela negra que solía estar debajo de su armadura, miró de reojo a quienes entraban: Un soldado de Almat que se retiró, Matú y Merik.
- Una guerrera del loto –dijo el príncipe– eso explica el misterio de las luces de la plaza Duil… ¿Cuál es su nombre?
- Linde –aseguró la guerrera.
- ¿Es aliada de Jeenpor?
- No conozco a ningún Jeenpor
- ¿Esta sola en este intento por… molestarme?
- Sí.
- Bien –dijo Merik dirigiéndose a Matú– No se llama Linde, está aliada con Jeenpor y no están solos en esto.
- ¿Cómo…? –alcanzó a preguntar la loto desconcertada.
- Ire a hablar con Oglaph, Matú, castígala por mentirme… ¡pero no la mates!... cuando Jeenpor regrese de Ulath’Migo, lo obligaré a hacerlo.
- Bien señor –dijo la guardaespaldas.
- Cuando termines búscame en la sala del trono –dijo el noble mientras salía de la habitación y escuchaba el grito ahogado que Ekia profirió con el primer golpe.
-Jeenpor, metálo que sirve a un humano –dijo un miembro del concejo poco después de que el metálo volviera a entrar– hemos tomado una decisión.
- Ausculto su excelencia.
- La alianza que su señor propone no nos resulta adecuada, lo siento, defenderemos Ulath’Migo.
- ¡¿Frente a un übrim?! –gritó– ¡Será una escabechina!
- Darmak no está con Merik ahora, podremos enfrentarle.
- ¡No está con él en el momento! ¡Además las milicias de Merik se acoplarán a las Almat! ¡Ustedes están empantanados! ¡¿Qué acontecerá cuando se pacten?! ¡¿Qué esperan hacer?!
- ¡Eso ya lo decidiremos! –sentenció el concejal– Retírese ahora traidor ¡y jamás vuelva a nuestra ciudad!
- ¡Es una escabechina! ¡Lapidaron a Ulath’Migo! –dijo Jeenpor, sorprendido de su propia reacción, mientras salía de la habitación.
El rey Oglaph reía, el trato estaba sellado y ahora sí podría marchar con todas sus fuerzas sobre la ciudad metála.
- ¡Este acuerdo hay que celebrarlo!
- Es verdad mi rey –dijo sonriente Merik.
- ¿Qué le apetece?
- ¿Qué le apetece a usted…? Dígame… ¿Qué le parece la mujer que encerró para mí?
- Bonita… vigorosa… salvaje… ¡Me agrada! –dijo limpiándose las migajas aguadas de la barba.
- ¿Quiere poseerla?
- Si usted así lo ofrece... ¡Por supuesto!
- ¡Matú! –dijo el conquistador riendo maliciosamente– tráela.
El calabozo se abrió otra vez y Matú ingresó, se acurrucó y contempló a Ekia, inconsciente, descolgada en las cadenas que la atrapaban, la repudió por traicionar a su señor. Miró hacia el suelo y buscó una cadena más para poder trasladarla con tranquilidad, no notó que la loto había soltado su mano izquierda y lentamente se incorporaba; cuando la guardaespaldas la miró la guerrera le golpeó el rostro con fuerza, la tomó del hombro y con un rápido movimiento la enchanchó con sus piernas jalándola hacia ella y rodeando su cuello con la cadena de su brazo derecho; Matú forcejeó como pudo, buscando las hachuelas que había tenido que dejar al entrar a la mansión real, finalmente su cuello cedió.

Ekia se soltó la otra mano y rápidamente salió de la habitación, dos figuras emergieron de la sombras llevando su armadura en las manos, la guerrera se dispuso a hacerles frente para recuperarla. Uno de ellos gritó:
- ¡Espere, espere, no venimos a hacerle daño!
- Claro –dijo incrédula.
- Mi nombre es Ka’Tal, este hombre aquí es Ezzar… pensábamos rescatarla pero veo que se adelantó.
- Si… obviamente… ¿saben siquiera quién soy?
- Es la guerra del loto naranja –contestó Ezzar– que cruzó e intentó lograr que Oglaph no se aliara en el príncipe de Aleb… y que también se rumorea ayudó a evitar una masacre en Krashik…
- crucé… ¿saben del arco?
- También cruzamos –afirmó Ka’Tal– siguiendo a Merik
- ¿Y para qué me quieren?
- Necesitamos que nos guíe hacia el guardián… –contó el hombre– para que nos preste su espada al menos…
- Por supuesto… así Merik tiene control sobre la espada…
- No no no –contestó– tal vez esto sea difícil de creer… pero Merik está bajo el control de… un übrim… creemos que su nombre es Umath, Übrim Xiotán-Umath, el übrim de la mentira.
- ¿De la mentira? –dijo Ekia recordando la conversación que tuvo con el príncipe– ¿Para qué quieren la espada?
- No hay forma de detener sus fuerzas, mucho menos con Darmak y quizás Unlem a su lado… nuestra única opción… es matarlo.
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